Asistimos al paulatino aumento “a modo de rodillo” de normativas innecesarias, prevenciones de todo pelaje y prohibiciones que a la chita callando inundan nuestras vidas. En nuestra vida ufana casi todo está prohibido y, el nuevo panóptico es sin duda el corsé de las normas.
Como un misterio indescifrable estamos ante una sociedad inundada de normas y leyes algunas arrogantes y otras más cobardes. Sea como fuere, fieles a la contradicción, asistimos a una nueva escena donde una sociedad tan supuestamente libre tiene casi todo limitado hasta la indigestión, las prohibiciones y normas son como el heraldo de la modernidad
Recientemente anunciaban que en algunas playas ya prohíben incluso quedarse dormido en la hamaca, cuesta creer que encima de cada hamaca pueda haber un potencial delincuente, pero en realidad es la norma la que produce sopor. Cuesta imaginar que hoy día un acto de rebeldía pueda ser quedarte dormido.
Si vas a la piscina prácticamente no puedes hacer nada, ni siguiera jugar a la pelota aunque sea una bola minúscula, si vas en el autobús te prohíben incluso hablar por teléfono, “casi” todo está legislado y prohibido.
Como buenos beatos de la postmodernidad asistimos a una honda nueva realidad, y, uno de los últimos refugios de la libertad en Occidente es el cuerpo.
Un cuerpo lleno de publicidad al que se le prohíbe todo salvo volverse contra sí mismo.
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Uno puede tatuar su piel cuando quiera, teñir su pelo de colores, perforarse la nariz, las orejas y las cejas y dejarse la cara como un coladero, incluso algunos adolescentes se infringen cortes autolesionándose para canalizar su angustia y culpa, -dependiendo del caso-, así pues, el cuerpo sigue siendo algo intocable y protegido de este furor normativo, en buena lógica las formas de cubrir las heridas y el malestar psíquico parecen haber quedado más circunscritas al cuerpo.
Y si el animo no se ofusca, viene bien recordar los años vividos donde se ha insistido, casi como un ideal, en eliminar la violencia al máximo: reducir el bulling en las aulas, acabar con la violencia intrafamiliar, etc. Y quizá nuevamente, el último reducto sea el cuerpo.
La única transgresión “permitida” es la del propio cuerpo y es aquí, donde se cuela tramposa la futura Ley Trans que permite cambiar parte del cuerpo a un menor sin permiso de los padres aunque las consecuencias sean enormes, hormonarte sin evaluación psicológica ninguna, pues efectivamente el cuerpo es el último reducto de libertad.
Así planteadas las cosas, un joven puede plantear su transformación desde la visión más romántica, como si se tratara de una mariposa. Los adolescentes aseveran a sus padres que celebremos su transformación, ¿por qué no me celebráis ?, -preguntan-, como si la mutilación fuera una especie de bautismo iniciático.
Para algunos adolescentes prolijos en dificultes y problemas de identidad, actuar sobre el cuerpo pareciera ser la nueva solución a todos sus problemas. ¿Qué sanitario no lo ha visto en su consulta? Quien no ha visto que ante situaciones confusas un joven puede huir hacia adelante, refugiarse en las drogas para canalizar el malestar, dejar de comer como autoexigencia, pero hoy, el nuevo síntoma pasa por querer cambiar el cuerpo como solución bajo el lema de un nuevo realismo mágico, la nueva artimaña descoloca a no pocos padres.
Para algunos jóvenes, la milagrosa solución pasan por modificar su cuerpo, pasa por transformarse. Sabemos desde la ciencia que cambiar de sexo no mejora la salud mental, sabemos asimismo que son legión los arrepentidos que tras operarse descubren haberse equivocado, como quien se hizo un tatuaje y al año se arrepiente. Esos arrepentidos parece que no salen en ningún proyecto de Ley…
Ante una sociedad repleta de normativas a modo de densa lluvia incesante, nos cubrimos bajo un paraguas imaginario que nos salvaguarda, y solo nos queda mirarnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, la nueva válvula de escape, el nuevo síntoma es el cuerpo que permanece libre de esa nube negra de imposiciones, normativas y Leyes aburridas, es el cuerpo el último refugio de la libertad, “o de la supuesta libertad Occidental”.
Quizá por ello las religiones te dicen que tu cuerpo no es tuyo y castigan cuando uno se autoagrede. Según el Corán y la Torá.
“El vino y el juego de azar son una inmundicias procedentes de satanás y realmente Satanás quiere desencadenar entre vosotros la enemistad y el odio sirviéndose del vino”. Verso 90 de la Sura: de la mesa servida. El Corán.
Un cuerpo que también está sobreexpuesto a las redes. Asistimos a un estallido manierista de autovídeos donde cada uno endosa y cuenta su versión y sabemos, tras el éxito del subjetivismo y del constructivismo que, ese discurso subjetivo es considerado la única verdad que incluso se permite el lujo de despreciar la ciencia y la realidad objetiva.
Bien aprendidas las artimañas, los adolescentes cultivados durante miles de horas en las redes, se dicen unos a otros en el escenario de intentet: -si no te dejan hormonarte tus padres diles que te vas a suicidar-.
Ante la actual inseguridad de los vínculos y la falta de confianza en los otros, el adolescente cuenta su verdad, y ese testimonio debe ser entendido como algo no solo “auténtico”, sino verdadero.
Es la nueva emancipación contemporánea, como cuando se consumen drogas para sentirse adulto o como vía de escape. Sabemos que cuando alguien se droga mucho generalmente es un síntoma de otro problema; drogas a fin de cuentas que dañan el propio cuerpo bajo el lema infantil: hago lo que quiero con mi cuerpo, como si viviéramos en una isla desierta y solo contempláramos nuestro ombligo.
En Occidente la expresión de libertad queda casi circunscrita al cuerpo, una libertad desde luego mal entendida.
Y como decíamos, casi todo lo demás está prohibido. Miles y miles de normas asfixiantes bajo la bandera de la democracia y la libertad.
Fernando Pérez del Río
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