El individualismo se sostiene sobre dos dudosos pilares: el egoísmo y la ruptura de los vínculos.
Nos hemos pasado décadas hablando de relaciones tóxicas pero si a hay algo verdaderamente tóxico es el individualismo excesivo.
FERNANDO PÉREZ DEL RÍO
Dr. en Psicología | Profesor de la Universidad de Burgos www.burgospsicologia.es
Cabe reconocer que el mirar a nuestro ombligo, a nuestra sexualidad, a nuestras emociones, y empoderamos como generó fluido, siempre bajo la protección de un estado que sustituye a la familia, nos ha impedido ver venir el tsunami de soledad que padecemos, el aumento de enfermedades mentales, la ausencia de hijos y de la división entre hombres y mujeres.

Imagen: Sergio C. Fanjul
El individualismo occidental se sostiene sobre dos dudosos pilares: el egoísmo y la ruptura de los vínculos, los cuales, claro está, hacen que el individuo acabe perdiendo parte de su sensibilidad. Mientras que otras sociedades lejanas a esta dimensión subjetiva de lo inalienable, aquellas basadas en principios de propiedad social y reciprocidad, conservan por el contrario una cierta sensibilidad ante el prójimo.
El filósofo italiano Diego Fusaro decía: “Se nos dice que sin familia seremos más libres, pero en realidad seremos más frágiles, más dependientes”.
En culturas y sociedades donde se sobrevalora el “yo” en detrimento del “nosotros” encontramos por doquier un pequeño Narciso admirador de sus propias ideas, centrado en sos caprichos que vive encasquillado en la apariencia a merced de infravalores puramente materialistas.
En las sociedades individualistas como la nuestra, el exceso de yo lleva a que las personas posean un “locus de control” interno, es decir mayor número de creencias subjetivas sobre sus propias habilidades para controlar, dirigir o transformar sucesos importantes de su experiencia vital, y por consiguiente exhiben un carácter mucho más defensivo, creando así sociedades menos sanas.
En definitiva, para salir de una crisis como la actual es necesario que primero salgamos de nosotros mismos y desenterremos conductas infantiles y egoístas. No hay ética sin límites y no hay nada más tóxico que el individualismo y no me refiero al típico tío soltero de toda la vida, me refiero a una cultura enferma de sí misma, egoísta y llena de caprichos. Autor del libro: “El espejismo del yo”.
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