Contra las profecías del fracaso y los destinos prescritos
Publicado el 15 de Mayo de 2015
Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Hace unas semanas, cuando llevábamos más o menos un mes de confinamiento y todo estaba cerrado menos los trabajos esenciales. Cuando sólo se podía salir para comprar comida o ir a la farmacia, cuando los niños aún permanecían encerrados sin salir a la calle y las noticias empeoraban a diario, mi amigo Emilio Díaz, responsable de Comunicación y Relaciones Institucionales de Escuelas Católicas de Madrid y con quien comparto colores atléticos, me llamó para proponerme una entrevista sobre la escuela confinada.
Es en ese contexto de excepcionalidad que estábamos viviendo, con las escuelas cerradas y las aulas confinadas (limitadas) en los hogares, solo nos habían hecho falta unos días para darnos cuenta de lo importante que son las escuelas en nuestras vidas, lo difícil que es escolarizar los hogares. Unos días sin ir a la escuela habían bastado para comprender lo importante qué es ir y estar en la escuela.
Solo nos habían hecho falta unos días para comprender el papel insustituible que juegan las escuelas negándose a aceptar las profecías del fracaso, los destinos prescritos y las desigualdades naturalizadas.
Os comparto a continuación una versión de la entrevista un poco más larga que la que finalmente apareció en el número 92 de la revista de escuelas católicas de madrid. Aprovecho también la ocasión para agradecer a Emilio su invitación pero, sobre todo, para agradecerle por las cariñosas y excesivas palabras con las que abre la entrevista.
Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
No estoy seguro. Veremos qué pasa realmente en los próximos meses. La escuela es una institución que, aunque no lo parezca o haya quien esté interesado en hacernos creer lo contrario, está siempre cambiando. Los cambios son, en todo caso, muy lentos, como por otro lado, creo que debe ser por el tipo de institución que es y por la complejidad y responsabilidad de lo que tiene entre manos.
Afirmar que el curso que viene nos encontraremos con otra escuela debido a la situación excepcional que estamos viviendo sería ignorar tanto la historia en general, como la riquísima literatura de investigación existente sobre cambio educativo y mejora escolar.
La cuestión que tendremos que resolver en los próximos meses es cómo reconciliar lo que sabemos que tenemos que hacer, con lo que se puede hacer y con lo que queremos para el futuro. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
En todo caso, sería una pena que no aprovecháramos, tanto a nivel individual como colectivo, para reflexionar sobre los grandes temas pendientes de la educación. Que no aprovecháramos estos meses para pensar en lo que nos está pasando y aprender. Que no nos sirviera el sacrificio y el sufrimiento que todos estamos viviendo para soñar una escuela mejor. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Sé que es díficil prever, incluso imaginar, pero… ¿volverá la escuela presencial, tal cual la conocemos?
Señalaba recientemente el filósofo Santiago Alba Rico que hay un deseo compartido para evitar regresar a una normalidad ‘fantasiosa’ en la que vivíamos. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Queremos, decía Alba, “librarnos cuanto antes de la amenaza, pero no queremos volver a la normalidad.”
Creo, con todos los matices que queramos introducir a esta reflexión, que es un sentimiento compartido por muchos y absolutamente trasladable a la escuela y a la educación. Queremos volver cuanto antes a la escuela, a ese lugar concreto, físico, encarnado, lleno de vínculos más o menos ordenados y de afectos que es la escuela, pero no queremos volver a la escuela de antes. Somos conscientes de que queremos más escuela, pero no la misma escuela. Cada día soñamos con que esa escuela a la que volveremos, sin perder su esencia, sea otra escuela. Pero que finalmente sea una cosa u otra, como acabamos de ver, dependerá sobre todo de la capacidad que tengamos en estos momentos para analizar y pensar colectivamente, con calma y profundidad. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después? Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después? Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Dependerá de nuestra capacidad para imaginar visiones de futuro valientes, coherentes, inspiradoras y realistas.
On-line, ¿llegó a la escuela para quedarse en lugar de la escuela o junto a la escuela?
Creo que la escuela física y presencial, la escuela con sus aulas y sus maestras y maestros, con sus pizarras, digitales o de tiza, con sus libros de texto, patios, bibliotecas, comedor, con sus pasillos llenos de objetos escolares, esa escuela va a salir fortalecida de esta situación.
La ausencia brusca de algo o alguien es probablemente el mejor mecanismo para tomar conciencia de lo importante que es ese algo o esa persona en nuestras vidas, en nuestras rutinas, en nuestro equilibrio como personas.
Ahora bien, también creo que tras 20 años de fracaso del discurso de la digitalización de la educación, de no tomarnos realmente en serio la importancia de las competencias digitales (de los alumnos, de los docentes y de las mismas escuelas), y de malinterpretar lo que significaba incorporar la tecnología a la vida escolar, seguramente haya llegado el momento para aceptar que la tecnologías digitales lejos de ser solo una caja de herramientas realmente configuran el entorno en el que vivimos, nos relacionamos, aprendemos y trabajamos. Y en este sentido, creo que la escuela post-covid será una escuela que integre de manera más natural lo digital. No una escuela digital pero sí una escuela para una sociedad digital.
Docentes y Tics, ¿estamos preparados? Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después? Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
No como deberíamos haber estado teniendo en cuenta que llevamos al menos 20 años hablando de digitalización de la escuela, de competencias digitales e invirtiendo recursos. No podemos generalizar, como en casi nada en educación, pero un porcentaje altísimo de escuelas, docentes y alumnos no estaban preparados, ni en términos de competencias digitales individuales ni términos de competencia digital como organizaciones.
¿Y las familias?, ¿sabemos algo sobre su respuesta? ¿se agranda la brecha digital?
No tengo datos contrastados. Las consejerías están comunicando algunos datos, pero tomar con creo que hay tomarlos con mucha precaución. A primera vista, no parecen estar reflejando bien la realidad o no están mostrándonos con suficiente detalle lo que realmente está sucediendo (el diablo siempre está en los detalles). En todo caso, en algunas escuelas estamos hablando que entre el 10% y el 20% de alumnos por curso tiene dificultades relacionadas con la enseñanza y el aprendizaje digital. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Independientemente de la cifra exacta, la realidad es que han aflorado claramente las tres brechas que tradicionalmente están vinculadas con la tecnología en el ámbito educativo. En primer lugar, la brecha primaria, la del acceso a los dispositivos y la conectividad, que en nuestro contexto cercano dábamos casi por desaparecida. La verdad es que la realidad era otra muy distinta. No solo porque hay más niños y jóvenes de lo que pensábamos que no tienen ni conectividad, ni equipamiento, sino también porque hemos podido comprobar que no todos los dispositivos son igualmente válidos para aprender (entregar SIMs y tabletas, aunque necesario y bien intencionado está lejos de solventar incluso esta primera brecha). También es cierto que, tras esta brecha primaria aparece enseguida una de segundo orden, la del uso, la que tiene que ver no solo con las competencias más básicas para poder utilizar la tecnología, sino principalmente con el tipo de uso que damos a esa tecnología (también con las prácticas pedagógicas más adecuadas al contexto digital), y aquí la realidad es demoledora.
Resulta que no somos ni nativos, ni inmigrantes, ni residentes, ni visitantes. Ni unos, ni otros. Una brecha, además, que no hace más que reproducir y ampliar las brechas provocadas por el capital cultural, social y económico. La tecnología, lejos de disminuir las desigualdades las acrecienta. Por último, el cierre de las aulas y de los centros educativos y el traslado de la enseñanza a un entorno no presencial y fundamentalmente digital, ha puesto de manifiesto la brecha terciaria, la que separa la escuela de la sociedad, la que pone de manifiesto las enormes diferencias que hay entre el uso que se hace de las tecnologías digitales dentro y fuera de la escuela, y, también, la separación que hay entre unas escuelas que ya habían incorporado en sus proyectos educativos, en sus prácticas y en sus modelos de relación lo digital y las que no. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
El tema del millón: la evaluación, ¿alguna clave para afrontar la teledocencia y la evaluación del alumno?
Como todo lo que nos está pasando es un asunto muy complejo y desconocido para todos. Lleno de aristas y dificultades. Pero si por evaluación te refieres al proceso mediante el cual regulamos el aprendizaje y detectamos las posibles dificultades que puedan encontrar nuestros alumnos para aprender para, a partir de ahí, ayudarles a resolverlas, entonces te diría que hay muchísimas claves y muchísimo conocimiento acumulado en las últimas décadas, disponible y muy necesario en estos momentos. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Aunque lo hayamos dicho muchas veces, es importante recordar que evaluar no es lo mismo que calificar.
La mayoría de los problemas y las discusiones que estamos teniendo estos días tienen que ver con la calificación, cuando lo realmente importante debería ser la evaluación que es el proceso que realmente está vinculado con el aprendizaje.
Evaluamos para mejorar el aprendizaje. Nos deberíamos estar preocupando, sobre todo, por cómo podemos ayudar a los alumnos a alcanzar los objetivos de aprendizaje. Confinamiento y escuela, ¿un antes y un después?
Pero incluso, si atendemos al carácter calificador de la evaluación también disponemos de muchas alternativas posibles. Creo que el momento es ideal para cuestionarnos nuestra concepción de la evaluación y nuestras prácticas y, para introducir, en la medida de las posibilidades de cada uno (cada equipo docente, cada centro) otras estrategias y otros instrumentos de evaluación. Ya hay muchos docentes haciéndolo. Aprendamos de ellos.
Siguiendo con el carácter certificador de la evaluación, que también tiene su importancia obviamente, creo que donde más atención y cuidado tenemos que prestar en estos momentos es en el último curso de la ESO en el que los alumnos titulan y evidentemente en los ciclos formativos medios y en el bachillerato. Pero debemos hacerlo invocando al máximo nuestra capacidad para comprender los sufrimientos, dificultades, miedos, que pueden estar experimentando los alumnos y las familias. El gran debate que tenemos encima de la mesa es que entendemos por justicia educativa.
No olvidemos, por último, que las trayectorias educativas son largas. Creo que convendría poner en el contexto de una escolarización obligatoria de al menos 10 años los meses que estamos viviendo y las decisiones que tomemos, en cada comunidad educativa, en cuestiones como la repetición, la promoción, la titulación.
Currículo y contenidos, ¿al exceso y obsolescencia del currículum añadimos el exceso y vanguardismo de formatos e instrumentos digitales? ¿estamos antes un trágala digital?
El currículo es, sino la pieza más importante de la legislación educativa, una de las más determinantes.
No olvidemos que el currículo es una determinada manera de entender el pasado y de promover el futuro.
El currículo expresa simultáneamente el legado del pasado que valoramos y queremos preservar, y las aspiraciones e intereses que tenemos para el futuro de nuestros hijos y del mundo. Por tanto, con la definición del currículo nos jugamos mucho.
Por otro lado, prácticamente toda la comunidad educativa profesional (docentes, académicos, investigadores…), incluyendo la propia administración, está de acuerdo con tu afirmación. Nuestro currículo es demasiado extenso y academicista. Ha entrado en una deriva de crecimiento sin límite. La propia evolución de la sociedad, el aumento de los temas relevantes a los que debemos prestar atención, en tanto que ciudadanos, ha llevado al currículo a un proceso de expansión descontrolado. Añadimos, pero no eliminamos. Y en esa ecuación, nos olvidamos, entre otras cosas, que el tiempo escolar es una variable independiente y fija. El tiempo es el que es. No se puede estirar infinitamente. Por eso, todos los docentes saben que es imposible abordar todo el currículo.
Hay una brecha enorme entre el currículo declarado en la legislación, el currículo enseñado por los docentes y el currículo aprendido por los alumnos. Nos estamos autoengañando. Vivimos en la utopía de las normas.
Su obsolescencia se muestra, además, en la dificultad que experimentamos todos a la hora de movilizar y combinar adecuadamente, cuando lo necesitamos los conocimientos que adquirimos en la escuela. Cuando queremos utilizar el conocimiento, ha desaparecido. Se ha vuelto obsoleto, no funcional, inútil. El currículo no nos está haciendo competentes. No nos está ayudando a entender mejor el mundo y actuar sobre él. Salimos de la escuela sin ser capaces de utilizar (en el sentido amplio del término) los conocimientos supuestamente adquiridos.
Esta visión del currículo fomenta en muchos casos prácticas muy transmisivas. No hay tiempo para profundizar. No hay tiempo para tratar de aplicar los conocimientos a pensar y resolver problemas de la vida. Y esta situación creo que se puede agravar muchísimo con una mala transposición de ciertas prácticas de enseñanza al mundo online.
La tecnología puede amplificar una gran enseñanza, pero una gran tecnología no puede reemplazar una enseñanza pobre. Tenemos que tener mucho cuidado con las “soluciones” tecnológicas que decidamos incorporar.
Por último, ¿Algún consejo, por básico que sea, para los centros docentes en este nuevo tiempo digital?
La crisis de la covid19, más allá de las cuestiones operativas y vinculadas a aspectos tecnológicos, de infraestructuras y de recursos (que son muy importantes), creo que supone una oportunidad para reflexionar sobre las grandes cuestiones no resueltas de la educación: los fines de la educación, el currículo, las metodologías de enseñanza, la evaluación, el rol de los docentes, la relación docente/estudiante, el desarrollo profesional, los recursos disponibles.
La situación nos ha puesto frente al espejo de nuestra realidad, y el reflejo nos devuelve las costuras rotas, las incoherencias del sistema y los enormes retos que la educación tiene aún por delante. Retos que no son tecnológicos.
O, mejor dicho, que no son sólo, ni principalmente tecnológicos. Los retos que tenemos tienen que ver con el sentido de la escuela hoy, con qué consideramos que debemos aprender en la escuela, con nuestras concepciones sobre la enseñanza y el aprendizaje, la mirada que tenemos hacia nuestros alumnos y las expectativas que ponemos sobre ellos, también con nuestras ideas sobre la equidad, la justicia educativa y las desigualdades y cuál es el papel que como escuela y como docentes jugamos frente a estas ideas.
Vivir unas semanas sin escuela tiene el poderoso efecto de recordarnos cuán importantes son las escuelas en nuestras vidas. Creo que si algo sale reforzado de esta crisis son las escuelas y los docentes.
No me gusta mucho dar consejos pero creo que si algo hemos aprendido en estas semanas es lo importante que es el lado humano de la educación.
Educar, enseñar, es un delicado juego de relaciones, vínculos, afectos, miradas y conversaciones.
Y todo esto es muy difícil hacerlo sin conocer y sin comprender bien al otro. Como único consejo diría entonces que invirtamos mucho más tiempo y esfuerzo, ahora y a la vuelta, para conocer mejor a nuestros alumnos, sus condiciones de vidas, sus miedos, sus sueños y sus expectativas. Desde ahí será mucho más fácil, si desgraciadamente tenemos que volver a hacerlo, mantener el derecho a la educación en situaciones de confinamiento como la actual.