GUERRA EN SOLITARIO O EN COMPAÑIA, UNA DIFÍCIL DECISIÓN
El confinamiento de una enfermera en los tiempos de la pandemia.
Texto y fotografías : Carolina Sánchez de Andrés,
5 de abril 2020
Mi nombre es Carolina, y aparte de estudiante, soy enfermera en mi tiempo libre (a jornada completa). Trabajo en el servicio de urgencias del Hospital de Alcalá de Henares, o al menos eso creía, puesto que, desde hace aproximadamente un mes, parece que fui destinada a estar en primera línea de guerra, la nueva guerra que estamos viviendo todos los sanitarios (entre otros).
El día que se estableció el estado de alarma debido a la pandemia del Covid-19, reconozco que fue un momento de crisis para mí. Vivo sola con dos gatos, y esta situación iba a suponer no poder ver ni estar con mi familia ni con amigos. La sensación de soledad no elegida empezaba a apoderarse de mi mente por momentos, y era aterrador. Sentía envidia por todas aquellas personas que, pese al confinamiento, iban a poder pasar todo el tiempo junto a sus parejas, familia o compañeros de piso. El confinamiento de una enfermera en los tiempos de la pandemia.
Me costó hacerme a la idea de que todo esto era real, quedarse en casa empezaba a ser obligatorio y todo el mundo estaba revolucionado. En el momento en el que más necesitaba hablar con mi terapeuta, me comunicó que de momento tenía que cerrar la consulta por motivos obvios. Soledad, miedo, ansiedad, tristeza… todo suponía un estrés añadido en la situación de confinamiento.
A pesar de todo esto, parecía que yo misma tenía una vía de escape e incluso podía sentirme afortunada por poder salir de casa: el hospital… una vía de escape con dualidad de emociones y sentimientos encontrados. Soledad versus guerra.
Los días previos a la guerra, había mucho trabajo, pero la vida seguía igual, con las mismas rutinas, y de momento nadie era consciente de todo lo que iba a llegar. El día a día seguía igual. Nadie sabía que lo peor estaba por llegar. Y qué peor. No teníamos ni idea.
Durante aproximadamente tres semanas (digo aproximadamente, porque llegó un momento en qué perdí noción del tiempo) enfermeras y enfermeros como yo, hemos estado en una guerra para la cual no tenemos ni palabras para definir. Hemos tenido que ir haciendo las cosas sobre la marcha e improvisar según la situación. Y la realidad no estaba en los medios de comunicación, si no en los hospitales: pacientes durante dos días sentados en una silla ubicada en un pasillo esperando una cama, falta de personal debido a los contagios, plantilla reducida a menos de los que deberíamos ser por turno, falta de equipos de protección individual para protegernos (EPIs), siendo la mayoría de los que hemos tenido de donaciones altruistas, una ratio de enfermera paciente totalmente ilegal… no poder sentarnos ni cinco minutos ni poder beber un vaso de agua ni ir al baño en todo el turno de 7 o 10 horas, ansiedad, estrés, cefalea,
Esa ha sido nuestra guerra, y mi vía de escape al confinamiento… multitud de emociones encontradas al no saber dónde estaba mejor o peor, si en mi casa, en soledad y sin saber que hacer, o en el hospital, viviendo una situación infernal.
El confinamiento de una enfermera en los tiempos de la pandemia. El confinamiento de una enfermera en los tiempos de la pandemia.
Días y días saliendo del hospital llorando, y llegar a casa y meterme a la cama del agotamiento mental y físico y no querer saber nada del mundo. Y al día siguiente otra vez lo mismo… y así, hasta ahora, cuando parece que ya lo podemos contar de otra manera, puesto que en la realidad de los hospitales se empieza a ver la luz.
Por tanto, mi confinamiento ha sido un poco distinto (no digo más duro, ojo, puesto que es duro para todo el mundo, véase niños, ancianos, personas en paro obligado…). Soledad versus estrés, sin saber día a día que era lo mejor y que era lo peor. Y, además, dando gracias porque, ni yo ni nadie de mi familia nos hemos contagiado. Es un poco raro, pero en medio de todo este caos y en esta situación de pandemia creada por una enfermedad, parece que lo que menos me preocupaba era la propia enfermedad y si todas las consecuencias. Creo que nos ha pasado a muchos.
Lo que sí tenía claro es que no podía abandonar a mis compañeras y compañeros en estos días, no podía quedarme en casa por ética o moral, debía estar con ellos para que el sufrimiento fuese al menos compartido. Compañerismo, sindicalismo, persistencia, unión, fuerza, resistencia y preocupación por los demás, son los aspectos buenos que he podido sacar de toda esta situación. Y que quede claro que, a pesar de jugarnos la vida día tras día, no nos sentimos héroes ni mejores que otros, simplemente hacemos nuestro trabajo, ha sido nuestra función, a otros les ha tocado quedarse en casa y cuidarnos a nosotros desde allí y cada uno debemos cumplir la nuestra.
Días duros, días malos a nivel psicológico y físico, y para todos… mi confinamiento ha sido descansar, aprovechar para ver programas de comedia inteligente (Ilustres ignorantes, Cero en historia) que ha sido de las pocas cosas que lograban despejar mi cabeza hasta un 10 %, intentar comer bien, aunque sin hambre, pare recuperar el peso perdido debido al estrés y a la microsauna que llevamos encima con los equipos de protección, aprovechar los pequeños rayos de sol que entran por un balcón para sintetizar vitamina D, y hacer videollamadas con toda la gente que he podido para minimizar en todo momento ese sentimiento de soledad.
Creo que la verdadera realidad ha estado en esas casas donde los niños llevan encerrados casi un mes, y siguen dándonos ejemplo de su adaptación a la situación, en aquellas casas donde están todas esas personas mayores dependientes y solas que siguen resistiendo día tras día, en aquellas casas donde está toda esa gente sin trabajo y sin sueldo y que tienen aún una mínima esperanza de que esto mejore y todo vuelva a la normalidad dentro de poco, y en aquellas casas donde todo el mundo se queda y no sale, gracias a los cuales, la guerra vivida en el hospital no se convirtió en la tercera guerra mundial. La realidad está en las casas, lo del hospital, ha sido otra cosa sin definir. Y, a pesar de todo, no hemos dejado de sonreír y de tener una actitud positiva.
Situación anómala en la que cada uno hace lo que puede para manejarla de la mejor manera posible. Me quedo con las palabras de una mujer muy importante, Nuria Vargas, mi terapeuta: “debemos sentirnos orgullosos por nuestro esfuerzo, todo lo bueno por lo que ahora estamos trabajando llegará, aunque resulte difícil creérselo. Nos merecemos todo el apoyo del mundo, todo irá bien. Estamos demostrando mucha más resistencia y coraje del que creemos tener, aunque ahora no vaya acompañado de emociones agradables. Esta situación debe ser una oportunidad de fortalecimiento para todos. Debemos sentirnos orgullosos de nosotros mismos”.
Es curioso cómo, a pesar de todo, algo como esto puede tener cosas positivas. Pero sí, quiero pensar que cuando esto evolucione a mejor, la gente cambie un poco, se valoren más las cosas más importantes, y seamos menos egoístas. Crucemos los dedos porque todo esto pase y de momento, sigamos quedándonos en casa. Ahora tenemos que estar unidos en la distancia para poder estar unidos de verdad después. Todo pasará.
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