Revista NUVE – Richard D. Wolff
De Nobel a Nobel. Carta abierta de Adolfo Pérez Esquivel a María Corina Machado
Todo lo que usted siempre quiso saber sobre la invasión de Venezuela
Periodista 04/12/2025 07:37
Usted quizá no entiende los recovecos de la geografía, pero puede deslizar el dedo sobre un mapa y llegar en un suspiro a Venezuela.
Usted quizá no ha estado nunca en Caracas, pero sabe que allí vivió Hugo Chávez y que allí vive Nicolás Maduro; hace algunos años que los periódicos no hablan de otra cosa: ETA, Venezuela, Chávez, Podemos, Venezuela, ETA, Maduro. Usted quizá no sabe ubicar el Palacio de Miraflores —a mí también me cuesta—, pero lo encontrará si pasea por la Avenida Urdaneta. Fue mansión presidencial a principios del siglo XX y aún conserva su arquitectura europea, su empaque nobiliario y esa vistosa armonía de tejas rojas y balaustradas blancas.
Me dirá usted que desconoce las intrigas de la geopolítica. Le gustará saber que por aquellos tiempos, en los años del presidente Cipriano Castro, una alianza de acreedores europeos mandó bloquear los puertos venezolanos. Tuvo que mediar Theodore Roosevelt, que aprovechó el desconcierto para introducir un corolario a la Doctrina Monroe. Desde aquel mismo momento, Estados Unidos se reservaba el derecho a la tutela sobre América Latina. Quizá por eso, al cabo de pocos años, el presidente Woodrow Wilson mandó invadir la ciudad mexicana de Veracruz y blindar sus intereses petroleros en Tampico.

Grupos de activistas protestan contra una posible intervención de Estados Unidos en Venezuela.DPA vía Europa Press
A usted no se lo explicaron en la escuela. A mí tampoco. Ni siquiera me dijeron que Cipriano Castro viajó a Europa y un nuevo presidente corrió a ocupar el Palacio de Miraflores. Quien fue a Sevilla, perdió su silla. Tras el golpe militar, el caudillo Juan Vicente Gómez recogió los parabienes del presidente William Howard Taft. Caracas y Washington estrecharon su diplomacia y la New York & Bermúdez Company fue agraciada con los derechos de explotación del lago Guanoco. Estados Unidos había desplegado sus barcos de guerra para que los detractores del golpe no arruinaran el banquete.
Usted sabe tal vez muy poco sobre la dictadura de Juan Vicente Gómez. Le confesaré que no soy ningún experto. Apenas sé que el dictador tardó en morir pero murió con honores absolutistas. También sé que las primeras elecciones libres trajeron la victoria de Rómulo Gallegos. Aquel fue un resultado tan inoportuno que el militar Carlos Delgado Chalbaud hubo de contradecir a los votantes y encabezar un golpe de Estado. El presidente Harry S. Truman reconoció con cordialidad la nueva junta. A Estados Unidos no le agradaban las obligaciones fiscales que el Gobierno había impuesto a las compañías petroleras.
No sé nada de yacimientos y regalías. Desconozco cuál es el precio del barril y no entiendo cómo fluye el crudo por las tripas de una refinería. Puede que usted tampoco esté al tanto, pero seguramente se huele que el petróleo despierta los apetitos bélicos. Que los mapas se dibujan con el trazo de los oleoductos y que una dictadura petrolera no es tan dictadura si nos cubre de combustible. Es por eso que Estados Unidos aparcó cualquier escrúpulo democrático para abrazar el régimen de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Era tal el compadreo que Dwight Eisenhower agasajó al sátrapa con la Legión al Mérito.

Las urnas se reabrieron al final de los años cincuenta con el Pacto de Punto Fijo. Por si usted no lo sabe, le diré que tres grandes partidos se repartieron el juego democrático en nombre del consenso. El vicepresidente Richard Nixon aterrizó en Caracas para bendecir el nuevo orden, que excluía al Partido Comunista de Venezuela a mayor gloria de la Guerra Fría. El caso es que las multitudes apedrearon a la delegación estadounidense y los vidrios templados del vehículo de Nixon se hicieron mil añicos. Eisenhower hubo de movilizar un portaaviones, ocho destructores y dos buques de asalto. Por si las moscas.
¿Sabe usted que el régimen salido de Punto Fijo fue un largo periodo bipartidista enfangado por la corrupción? Me dirá usted que muy probablemente las rentas petroleras consolidaron las tramas clientelares. Y que la caída de los precios del petróleo aceleró el colapso. Fue entonces cuando el Consenso de Washington puso el ojo en Venezuela. Tal y como exigía el FMI, el presidente Carlos Andrés Pérez recortó todo lo recortable y los militares dispararon a muerte contra las muchedumbres indignadas. No puede explicarse el ascenso de Hugo Chávez sin haber comprendido antes las ansias de cambio que trajo la masacre del Caracazo.
Adivine qué hizo Estados Unidos cuando el presidente de la patronal venezolana se animó a liderar una insurrección armada y sacó a Chávez durante dos días del Palacio de Miraflores. Ari Fleischer ofreció una rueda de prensa en nombre de la Casa Blanca y anunció que Chávez había “dimitido” para dar lugar a un “gobierno civil de transición”. En nombre del Departamento de Estado, Philip T. Reeker culpó a Chávez de haber provocado el golpe. A Washington no le supo bien que el presidente endureciera las regalías, promoviera el aumento de los precios del barril y revisara los contratos de las multinacionales extranjeras.
Como el golpe no cuajó, hubo que recurrir a las sanciones. ¿Imagina usted cuál fue el pretexto que interpuso Estados Unidos para anunciar en 2005 sus primeros castigos contra Venezuela? Efectivamente: el narcotráfico. Chávez había prohibido que los agentes de la DEA camparan a sus anchas por el país porque sospechaba que llevaban a cabo tareas de espionaje, así que Washington lo acusó de tolerar el comercio de estupefacientes. El año pasado, The Associated Press descubrió que Estados Unidos había instalado agentes encubiertos de la DEA en Venezuela para construir casos de narcotráfico contra los dirigentes chavistas.
Usted cree que no sabe nada sobre Venezuela, pero intuyo que lo sabe todo. O sabe al menos lo fundamental. Usted no conoce, es posible, la tormenta eléctrica que alumbra casi sin interrupción la cuenca baja del río Catatumbo. Seguro que usted tampoco sabe que una heladería merideña llegó a tener el récord mundial de variedad de sabores y ofrecía cucuruchos de salmón y castañas. Y sin embargo, usted conoce como nadie las poleas íntimas que mueven el mundo. La droga que busca Trump en Venezuela es el petróleo. Y hace muchos años que Estados Unidos actúa con el hambre insaciable de un adicto.
Richard D. WolffWolff en 2015 |
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| Información personal | ||
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| Nombre completo | Richard David Wolff | |
| Nacimiento | 1 de abril de 1942 (83 años)[1] Youngstown, Ohio, Estados Unidos. |
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| Residencia | Nueva York, Estados Unidos | |
| Nacionalidad | Estadounidense | |
| Ciudadanía | Estados Unidos | |
| Partido político | Partido Verde de los Estados Unidos | |
| Educado en |
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| Educación | doctor en Filosofía | |
| Estudió diez años en las Universidades de Harvard, Stanford y Yale. | ||
| Información profesional |
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