Bulos, desinformación y odio
Cuando las formaciones conservadoras vertebran políticas del odio, cuando jueces afines a la derecha carpetovetónica aplican la justicia desde la ideología del odio, ¿Qué espacio queda para la democracia?
A principios de los años 60, Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo, ideó una campaña turística que sacaba ventaja de la fama española de país aislado y de costumbres bárbaras, ¡Spain is different! se convirtió en un eslogan destinado a atraer turistas a un país donde parecía no existir nada más que sol y naranjas, tablaos flamencos y playas paradisíacas. Ahora, cuando han pasado 64 años desde la campaña publicitaria.
España sigue siendo diferente.
No de otra manera podemos contemplar que presuntos delincuentes denuncien a presidentes del gobierno, ministros y fiscales y la justicia acepte casi con arregosto las propuestas incriminatorias en la benévola consideración jardielponceliana de que los ladrones son gente honrada. Quizá porque estos delincuentes de cuello blanco lucen como los bastardos que Shakespeare quería, “hijos de la lujuria y el amor” que no como los otros, los legítimos matrimoniales, “de la rutina y el insomnio nacidos”.
La decencia ya no tiene credibilidad superada por la líbido de la molicie materialista, nacida, como los bastardos, de la lujuria y donde los valores y la ética han corrido la misma suerte que las hadas subyugadas por los males que le acontecen cuando pierden la virginidad a manos de un mortal. Pero, sobre todo, lo que caracteriza hogaño a la España diferente es el ascenso del mal ejemplo. Javier Gomá Lanzón afirma: “si uno como yo es justo, ecuánime, leal, ¿por qué no lo soy yo?; si otro es solidario, humanitario o compasivo, ¿qué me impide serlo a mí también?; ¿si un tercero exhibe bonhomía y urbanidad, ¿dónde queda mi barbarie? Definitivamente, el mal ejemplo nos absuelve mientras que el bueno nos señala con el dedo acusador y nos condena”.
España sigue siendo diferente.

El adversario político es criminalizado en un deterioro del debate público, solapado por una judicialización de la política y una politización impropia de los órganos neutrales del Estado que intentan convertir al adversario político en delincuente común.

Pero cualquiera de ambos sentados en el banquillo los convierte icónicamente en delincuentes.
Jorge Luis Borges, en el prólogo de Crónicas Marcianas, escribe: “[Bradbury] anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo…” Hoy la privatización del futuro concibe la colonización de Marte según Elon Musk como aquello que salvará a la humanidad, mientras Aubrey de Grey pronostica la inmortalidad sobre 2050 para los que se puedan pagar los tratamientos que les hagan vivir 1.000 años y esto son propuestas de empresas que cotizan en la Bolsa, como Unity Biotechnology, donde Jeff Bezos, presidente de Amazon, y Peter Thiel, administrador de fondos de inversión, son accionistas destacados. Un futuro para el 1% de los más ricos que poseen más riqueza que el 95% de la población mundial en su conjunto. Para el resto solo distopía cruel e insolidaria cuya idea de progreso consiste en que el que no se pueda pagar los tratamientos y los fármacos que necesita para vivir, se muera y el que no pueda pagarse un techo viva tirado en la calle. Un futuro para las mayorías sociales Animus iniuriandi, corrigendi, humiliandi.
Un futuro para el 1% de los más ricos que poseen más riqueza que el 95% de la población mundial en su conjunto
La navaja de Ockham, es un principio filosófico y metodológico atribuido al fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico Guillermo de Ockham -aunque investigaciones más profundas sugieren que éste se puede rastrear más atrás, al menos hasta Aristóteles-, según el cual “en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable.” En el método científico, la navaja de Ockham no se considera un principio irrefutable y ciertamente no es un resultado científico. “La explicación más simple y suficiente es la más probable, mas no necesariamente la verdadera.” Como decía Ortega y Gasset, simplificar las cosas supone la mayoría de las veces no haberse enterado bien de ellas.
Vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar con él, ocuparse de él. Sin embargo, no podemos estar confinados en una zona de temas intermedios, secundarios. Necesitamos una perspectiva íntegra, con primero y último plano, no un paisaje mutilado. Hermann Broch en su novela “Los sonámbulos”, influida por las obras de Marcel Proust, James Joyce y Franz Kafka, presenta a las clases medias de Alemania entre 1888 y 1918, como una gente sin objetivos ni ideales, que se mueve sonámbula entre los cambios sociales. Es decir, un paisaje mutilado que acabaron por completar e imponer los nazis. Y es que el pensamiento crítico y los valores no tienen alternativas decentes. Es por ello, que como afirma el historiador Yuval Noah Harari: “El problema es nuestra información. La mayoría de los humanos son buenas personas. No son autodestructivos. Pero si le das mala información a buenas personas, tomarán malas decisiones”. Como la decisión del odio. El odio es absolutamente irracional y ciego y busca la sumisión del otro o la aniquilación. Llega a ser tan irracional que incluso hay sectores de la sociedad que odian a formaciones políticas y movimientos sociales que promueven medidas socioeconómicas y ecológicas que les favorecen, que les facilita mejores condiciones para llegar a fin de mes y poder ofrecerle un futuro digno a sus descendientes. El odio es tan irracional que hace que apoyen a esas formaciones políticas y sociales que les niega el pan y el trabajo digno y los condena a la pobreza y a la precariedad y les niega un horizonte de bienestar a sus hijos.
Cuando las formaciones conservadoras vertebran políticas del odio, cuando jueces afines a la derecha carpetovetónica aplican la justicia desde la ideología del odio, cuando el bulo y la desinformación circulan como realidades inconcusas, ¿qué espacio queda para la democracia? En este contexto, el conjunto de la derecha y ultraderecha en España, difícil de diferenciar en ocasiones por su origen común franquista, propician que el debate político se diluya hasta convertirse en un territorio de violencia verbal donde todo se sustancia en una dualidad segregativa entre patriotas y traidores, buenos y malos españoles, en una voluntad autoritaria de exclusión de los que no comparten la ideología ultraconservadora en un formato antidemocrático donde la política solo puede contemplarse desde una relación de vencedores y vencidos.
Cuando las formaciones conservadoras vertebran políticas del odio, cuando jueces afines a la derecha carpetovetónica aplican la justicia desde la ideología del odio, ¿Qué espacio queda para la democracia?
La metafísica posmoderna con el final de las grandes narraciones, es decir, las ideologías emancipadoras y la desaparición de la historia –no es posible cambiar la historia si como tal no existe- ha supuesto un capitalismo cada vez más incompatible con la democracia, suplantada por patriotismos neofascistas excluyentes y beligerantes con la otredad. Ciudadanos a los que la dinámica del capitalismo posmoderno les arroja a la marginalidad, sin tener conciencia del origen de sus quebrantos sociales y económicos por ser propicios al consumo de bulos, teorías conspirativas, resentimientos y mentiras. Como dice el personaje Tony Montana en el film “El precio del poder: «Siempre digo la verdad, incluso cuando miento». Lo que supone un daguerrotipo muy plástico de la filosofía autoritaria de la posverdad.
ATADO Y BIEN ATADO , la justicia pierde credibilidad entre los ciudadanos




