Fuego convertido en tragedia
Por María Vélez Romero
Incendio y catástrofe son cuestiones que siempre van unidas para cualquier ciudadano de a pie, por lo que el hecho de que uno se desate, siempre asusta. Más aún cuando son centenares los focos contabilizados que se han cebado con Galicia (donde fallecieron cuatro personas), Asturias y Portugal (con 38 fallecidos). En total han sido 42 las personas que han perdido la vida debido a estos trágicos acontecimientos y miles las hectáreas calcinadas.
Ante todo ello, la oposición criticaba la gestión del Gobierno.
Las administraciones competentes y la opinión pública han alzado la voz, como si de un episodio excepcional se tratase. El presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, manifestaba, el lunes 16 de octubre, que “Galicia no arde, a Galicia la queman, son terroristas”. No obstante, Álvaro García, fiscal de Medio Ambiente de Galicia, se mostraba más discreto cuando afirmaba al Diario El Confidencial que “no han encontrado nunca una trama organizada de incendiarios y que por eso tienen que seguir investigando para dilucidar lo que ha pasado”. En definitiva, un largo etcétera de dimes y diretes que no aclaran en absoluto cuáles han podido ser las causas de estos incendios.
Algo parecido sucedió en Huelva el pasado mes de junio cuando se desató en Moguer un devastador incendio que obligó a desalojar a más de 2000 personas de varios complejos turísticos y dejó aisladas durante varias horas a alrededor de 50.000 personas en el municipio de Matalascañas. Este incendio se saldó con 8.486 hectáreas quemadas.
Doñana
Sin olvidar, por supuesto, el incendio de Pedrógão Grande con 65 muertos y 30.000 hectáreas quemadas, lo que se ha considerado en Portugal como la mayor tragedia de víctimas humanas de los últimos tiempos. El incendio forestal afectó al centro de este país vecino entre el 17 y el 24 del pasado mes de junio de 2017.
Si se analizan los datos del balance publicado por Greenpeace el pasado 11 de octubre, antes de la catástrofe ocurrida en el noroeste de la península, ya se podía confirmar que 2017 estaba siendo el tercer peor año del último decenio, por detrás de 2012 y 2009, con casi 101.000 hectáreas quemadas. Desde la Organización ambiental contabilizaban 11.600 incendios, de los cuales 22 han sido GIF (Grandes Incendios Forestales superiores a 500 hectáreas). Y más de la mitad ocurren en la misma zona (Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco y las provincias de León y Zamora), 42,29% de los cuales en Galicia, según las estadísticas definitivas del decenio 2001-2010 del MAPAMA. Así lo indicaba Mónica Parrilla, responsable de campañas de Greenpeace España, en un artículo publicado el pasado 16 de octubre en el blog de la organización.
El rojo intenso de las llamas y el calor quedan en las retinas y en la piel de las personas afectadas en aquellos lugares en los que se producen tragedias de este calibre. Personas que, en algunos casos, pierden mucho y, en otros, todo.
Mientras tanto, los equipos de bomberos luchan fervientemente enfrentándose a las llamas, en pro de salvar a la sociedad y al medio ambiente de ese mal atroz. Sin embargo, cabe reflexionar, ¿se están adaptando estas campañas de extinción a los tiempos que corren? ¿Se tienen en cuenta los cambios que se han producido con el paso de los años en la climatología?
¿Quiénes están detrás de los incendios provocados de forma intencionada y qué motivaciones les mueven?
De todo ello, desde NUVE, hemos querido hablar con Mónica Parrilla, técnica forestal y , responsable de campañas de Greenpeace España, quien se ha mostrado encantada de que nos dirijamos a la organización ambiental para conocer de primera mano su perspectiva respecto a esta grave problemática ambiental y social.
La paradoja de la extinción
Para empezar, y tal y como indica la ingeniera técnica forestal, Mónica Parrilla, debemos tener en cuenta que “hay veces que existe la necesidad de quemar para evitar incendios. Se trata de la paradoja de la extinción, que viene a decir que para que haya menos incendios forestales, sobre todo de alta intensidad, tiene que crearse un paisaje mosaico en el que haya una serie de quemas prescritas y controladas que ayuden a que no haya una acumulación de biomasa (de monte) para que, cuando hay un gran incendio forestal, se pueda parar éste”. Según se desprende de sus explicaciones, dicha acumulación de vegetación actúa como combustible para las llamas, por lo que no basta con que los métodos de extinción sean más efectivos, pues “cada vez se queman más hectáreas concentradas en menos incendios”. Tanto es así que, como indica la técnica, acorde a las estadísticas del MAPAMA, “los 22 grandes incendios que se contabilizaban el 30 de septiembre fueron responsables del 40% de la superficie quemada total”.
El problema, siguiendo las palabras de Parrilla, es que “el fuego es un mal compañero de viaje con el que tenemos que convivir, ya que nuestro paisaje está modelado por él. Sin embargo, a causa del cambio climático, la frecuencia y la virulencia de los incendios es mucho mayor y a esto se suma también la cantidad de combustible vegetal acumulado debido al abandono del medio rural y a la falta de aprovechamiento del mismo”. Y, todo ello hace que cuando hay un incendio, unido además a un monte seco, se produzca un auténtico polvorín”. Y es precisamente así como nace el debate sobre la necesidad de quemar para evitar tales catástrofes.
¿Y por qué debate? Precisamente porque a las últimas generaciones nos han enseñado que el fuego es malo. Muchos hemos crecido con un mensaje que nos hacía pensar en el fuego únicamente como una cuestión negativa, lo cual es algo totalmente alejado de la realidad en diversas situaciones. Es por ello por lo que resulta determinante hablar sobre las alternativas al uso cultural del fuego. Mónica hace hincapié en que debemos tener en cuenta el uso del fuego para la gestión del territorio, “pero es que incluso en los métodos de extinción muchas veces se utiliza fuego para combatir el fuego, ya que, cuando se acerca un frente de llamas, se quema la zona para que cuando llegue ya no tenga nada más que quemar y se frene”.
Por tanto, es de especial importancia, según explica la técnica forestal, que la sociedad comprenda que el fuego es un gran aliado para combatir incendios, aunque sea complejo hacer entender a las personas que quemar monte en muchas ocasiones es imprescindible. “Las quemas prescritas son esenciales”, asevera Mónica.
¿Luchar o prevenir?
Hablamos de incendios que arrasan con muchas hectáreas de monte y propiedades y, en multitud de ocasiones, suponen grandes desgracias para las personas y las especies de animales y plantas que las sufren. Los diferentes dispositivos de extinción se componen de personas a las que bien podemos suponerles una heroicidad capaz de frenar algo tan peligroso y descontrolado como las llamas. Salvan a las personas de la peor de las tragedias en la mayoría de los casos. No obstante, no siempre es posible hacerle frente al fuego. Tal y como nos comenta Parrilla, “hay que tener en cuenta la regla del 30, que hace referencia a temperaturas por encima de 30 grados, humedad relativa inferior al 30% y velocidad del viento superior a 30km/h. Se habla en tal caso de situaciones meteorológicas muy adversas en las que el fuego escapa a los métodos de extinción, por muy eficaces que sean, y se reza para que llueva”.
¿Y si se consiguiese que fuera mucho menor el número de veces a las que hay que enfrentarse al calor de las llamas? Esto podría ser perfectamente posible, según nos explica, si todos conociésemos mejor nuestro entorno, lo que podría dar lugar a establecer medidas preventivas eficaces que evitasen que llegaran a producirse tales incendios. Claro que, para ello a la población se nos tiene que enseñar y ayudarnos a conocer la realidad que tenemos, pues en la mayoría de los casos no se conoce. Es “una cuestión crucial ahora es que en los Presupuestos Generales del Estado de 2018 se haga una partida presupuestaria importante para la prevención de incendios”, afirma. Y las labores preventivas abarcan cuestiones tan relevantes y de tanto calado en el tejido social como las campañas de sensibilización ciudadana sobre nuestro comportamiento en el monte, “pero también otras que hagan que las personas entiendan la necesidad de ayudar a identificar a quienes queman el monte, ya que necesitamos esa colaboración ciudadana”.
Así mismo, “hay que hacer entender a los propietarios de viviendas de urbanizaciones y casas diseminadas en el monte que tienen que hacer planes de autoprotección de sus viviendas. Es fundamental porque, además, las primeras horas de los incendios son clave para la extinción. Es en la primera fase cuando el fuego se puede descontrolar porque lo primero es poner a salvaguarda a la población”. Por eso tenemos que asumir que la región mediterránea se ve obligada a convivir con el fuego y debemos estar todos preparados para ello y “lo que no es admisible es que se hayan encontrado casas que no tenían vías de escape”.
Y tengamos en cuenta, por otro lado, que “en época estival se aumenta la actividad recreativa de personas que están muy ajenas al medio natural, por ello el riesgo a que se produzcan catástrofes de este calibre es mucho mayor”.
En general, las labores preventivas son escasas, dado que “llevamos 40 o 50 años sin una gestión forestal de los montes”. El presupuesto va destinado a la extinción y, en este sentido, “también destaca que el diseño de dichas labores ha quedado obsoleto, puesto que no se ha adaptado al calentamiento global”. Es más, tal y como la técnica forestal asegura, “se ven muchos parches de última hora que dejan claro que los incendios forestales no son una prioridad política”. Mónica ejemplifica esta afirmación contándonos que, poco antes de que se desataran los incendios en la zona de Galicia el pasado 16 de octubre, como medida extraordinaria y ante la terrible sequía que se está dando, la Xunta permitió a los ganaderos que los animales pudieran beber de los tanques de agua destinados a la extinción de incendios. Claro que, ante la masiva oleada de incendios que llegó poco después, se encontraron sin suficiente agua. Por lo que, tal y como Mónica reitera, “son parches de última hora ante un problema de gran escala en el que vemos que fallecen personas, hay desalojos masivos, se pierden muchísimos bienes y zonas de altísimo valor ambiental”.
“El acento, pues, hay que ponerlo en que labores de prevención se adapten al cambio climático”, insiste la técnica, “y el hecho de que se invierta más o menos en ello es una cuestión de prioridades políticas.”. Así se expresa Mónica en cuanto a las acciones que se antojan imprescindibles para paliar la que puede considerarse una lacra social.
Al hilo, la técnica hace un apunte en relación al comportamiento inminente de las personas tras los episodios incendiarios. La técnica forestal de Greenpeace cuenta que “para salir adelante se tiende a pensar en acciones como las repoblaciones, lo cual es genial, pero lo primero han de ser las medidas de urgencia, tales como reducir al máximo el peligro de cualquier proceso erosivo y las pérdidas de tierra y que las cenizas no lleguen a cursos de agua, sobre todo con las lluvias que las pueden arrastrar. Así mismo, hay que retirar la madera quemada de cara a prevenir plagas y de enfermedades”.
¿Buscar culpables?
Hablar de siniestralidad o no es algo un tanto delicado, pero parece un punto de bastante relevancia que ha de ser tratado.
Ante todo, se ha de tener en cuenta que, según datos del MAPAMA del decenio del 2004-2013, el 96% de incendios de causa conocida son antrópicos, ya sean producidos por negligencias y accidentes o de forma intencionada, y el 4% restante se refiere a aquellos provocados por el rayo. De todos ellos, un 25,65% son de causas desconocidas, pero es que el 53,86 % son intencionados.
No obstante, ¿se tiene claro lo que es un incendio intencionado? “Cuando hablamos de incendio intencionado, podemos aludir a una quema de matorral, de rastrojos, sin que tenga permiso administrativo”, asevera la experta. Tal y como se extrae de sus explicaciones, “el simple hecho de que una persona queme matorral, sin que tenga permiso regulado, para ampliar el paso de su ganado, el territorio de caza o por cualquier otro motivo, está incurriendo en un delito que está tipificado en el código penal”.
Así mismo, la técnica hace hincapié en que “se habla de que los ecologistas pedimos que se endurezcan las penas y no se trata de esto, pues las penas ya están en el código penal y conllevan hasta 20 años de prisión”. Lo que sí piden desde Greenpeace, tal y como insiste Mónica, es que sigan dotando a la Fiscalía de Medio Ambiente de los recursos necesarios para que continúen investigando las causas de estos episodios y persiguiendo a las personas que incendian los montes.
En este sentido, la técnica señala que, a pesar de todo, sí que ha habido un avance importante y que “cada vez hay más sentencias, tanto absolutorias como condenatorias, en relación con el delito de incendio forestal”.
Ahora bien, Mónica asegura que hablar de conspiración y terrorismo ambiental hace que dejemos de poner el foco en lo que realmente nos puede hacer generar soluciones. Ella asegura que “desde Greenpeace se considera que son debates que hacen que se pierda de vista lo que realmente es importante, que es la alta siniestralidad, la falta de gestión forestal, un aumento enorme de la interfaz urbano forestal y todo en un contexto de cambio climático que hace que los montes sean completamente vulnerables”.
Con todo, y siendo así, una de las cuestiones esenciales en este asunto es contar en qué medida los ciudadanos de a pie pueden contribuir a paliar el riego de este tipo de incendios. Ante ello, la experta asegura que “hay muchas maneras de ayudar, pero que algo imprescindible es que estemos preparados y para ello es esencial estar informados a través de los medios de comunicación e implicarse con organizaciones que trabajamos planteando demandas políticas y lanzando peticiones de firmas”. Toda una ironía cuando se oyen y leen continuamente versiones contradictorias respecto a un tema tan delicado como el que estamos tratando. Se ofrecen informaciones difusas en muchas ocasiones, hasta el punto de tener que preguntarnos cuál es realmente la verdad.
Según se lee en el Decálogo de la PAU Costa Foundation, técnicos analistas del INFOCA afirman que la información respecto a la emergencia en los medios de comunicación, que tanto influyen en la formación de la opinión pública, se protege en exceso desde las Administraciones competentes. Por tanto, aquello que vemos, escuchamos y leemos se apoya en fuentes no contrastadas que generan desconfianza y que no ayudan a alcanzar una correcta concienciación social. ¿Es posible que haya intereses tras ésta protección de la información? Ante ello la técnica forestal de Greenpeace afirma no saber si puede o no haberlos, pero lo que sí considera es que “se observa un procedimiento de avalar los datos a través de una estadística posterior definitiva y lo cierto es que podrían hacer un avance informativo con los datos pendiente de revisión que al menos ayudase a hacer estudios y análisis a muchas organizaciones y a establecer medidas apropiadas en estas situaciones también de cara a la sociedad”.
Mónica Parrilla apela a la colaboración, tanto ciudadana como por parte de las administraciones, para poder acabar con esta triste realidad. Y pide que se tenga muy presente que “el verano ya no empieza en junio y acaba en septiembre, sino que a nivel climatológico se alarga mucho más. No podemos seguir funcionando como antes, sino enfrentarnos a nuestra nueva realidad. Y eso debe impregnar cualquier actuación frente a los incendios forestales, por lo que todos los métodos de gestión del monte han de tener en cuenta el cambio climático”.
Los montes no entienden de fronteras, banderas, votaciones ni de tintes políticos. Y si hablamos de los daños personales, tantos humanos como económicos, causados debido a estas grandes catástrofes, entonces es cuando pierde todo el sentido el hecho de poner el acento en los intereses de uno u otro colectivo ni del Equipo de Gobierno de turno. Importan las personas y es por ello por lo que todos debemos remar en la misma dirección.